jueves, 24 de junio de 2010

INDEPENDENCIA EMOCIONAL

Al principio de nuestra vida, y una vez más cuando envejecemos, nos hacen falta la ayuda y el cariño de los demás. Desgraciadamente entre estos dos periodos de nuestra vida, durante el tiempo en el que somos fuertes y capaces de cuidar de nosotros mismos, descuidamos el valioso y necesario cariño y la compasión. Puesto que nuestra propia vida comienza y termina con necesidad de afecto, ¿no sería mejor que practicásemos la compasión y el amor hacia los demás mientras somos fuertes y jóvenes?.
Seguimos necesitando a los demás durante toda nuestra existencia, sólo que resulta vergonzoso demostrarlo y entonces preferimos llorar ocultamente. Y si alguien nos pide ayuda, es que se trata de un sujeto débil, de alguien incapaz de controlar sus sentimientos.
Hay una ley no escrita que dice que "el mundo es de los fuertes" y, que sobrevive apenas el más apto. Si esto fuese cierto, la especie humana no habría podido subsistir, pues sus individuos necesitan protección durante un largo periodo de tiempo. En mi opinión, el mundo no es de los fuertes, es de los constantes.
Los especialistas dicen que apenas podemos valernos por nosotros mismos después de los nueve años de edad, mientras que una jirafa lo consigue en ocho meses como máximo y, una abeja, alcanza su independencia en menos de cinco minutos.
La independencia emocional no conduce absolutamente a ninguna parte a no ser a una pretendida fortaleza, cuyo único e inútil objetivo es impresionar a los demás. Como a cualquier persona sana, también nos hace falta la soledad, el tiempo de la reflexión.
La dependencia emocional, es como si encendiéramos una hoguera. Al principio las relaciones son difíciles. De la misma manera, con el fuego hay que conformarse primero con el desagradable humo, que dificulta la respiración y saltan las lágrimas. Sin embargo, una vez encendido, el humo desaparece y las llamas lo iluminan todo, transmitiendo calor, calma y, de vez en cuando, haciendo saltar alguna brasa que nos quema, pero que también anima nuestra relación.
Lo que tenemos que saber es que existe una enfermedad que ataca al alma y es muy peligrosa, porque se desarrolla sin ser detectada. Al notar el menor síntoma de indiferencia y de falta de entusiasmo ante los demás, hay que hacer saltar las alarmas.
La única manera de prevenirse contra esta enfermedad es entender que el alma sufre, y mucho, cuando la obligamos a vivir superficialmente. Al alma le gustan las cosas bellas y profundas.