viernes, 29 de julio de 2011

LAS MALAS PALABRAS

Treinta segundos antes eras una persona y varias malas palabras después eres otra. Y todo lo que te rodea es irrelevante y solo existen esas palabras malas que una boca extraña te ha dicho, que has oído aunque no hayas querido y que se te han metido en el cuerpo como un virus.


Pueden ser palabras urgentes, solemnes, graves, ofensivas, estúpidas. Palabras que arañan, que hacen que tiemble todo. La malas palabras consiguen, a menudo, sobre todo en los muy vulnerables, cosas aún peores que las propias malas palabras.


Fabrican gente triste, irritada, enfadada, ensimismada, aterrorizada... Y huecos en el estómago y algún que otro sollozo. Eso desde luego.


Lo único bueno que tienen es que ponen a lo otro en su sitio. A las chorradas que no valoramos como tales, a las nimiedades por las que 30 segundos antes estábamos rabiando, a los detalles diarios que se supone que son importantes, pero que no lo son, aunque siempre nos cabrean mucho, aunque los convirtamos a menudo en historias complejas. Nada que no sea grave de veras tiene consistencia 30 segundos después.


A veces las malas palabras también producen bálsamos, que suelen estar en lugares que no frecuentamos a menudo y que ahora salimos a buscar con cierto desespero para mitigar el dolor. Y en esos sitios hay pequeños paraísos y buenas palabras. Frescas y benditas.


Las malas palabras se combaten, además y fundamentalmente, con carcajadas limpias y a ser posible estruendosas...