viernes, 21 de agosto de 2009

LOS INVENTOS

Últimamente ya no hay inventos de esos que te cambian la vida. La gente tiene bastante con llegar a fin de mes y las ensoñaciones han pasado a mejor vida. A mí, los inventos que me gustan siento decirlo, no son los de tecnología punta ni avanzada. Los inventos que más me gustan son los que ahora nos parecen corrientes y de poca importancia como: la fregona, el tenedor, el cenicero, el exprimidor, la batidora, la cafetera, el secador de pelo, etc. Estos inventos son los que nos alegran la vida día día y no podríamos pasar sin ellos.
Hay algunos que salen rematadamente mal, pero que están bien ideados, por ejemplo: el lápiz con goma de borrar en la punta, que sólo emborrona; el típex que aparentemente es un avance, pero que no puede competir con la personalidad de un buen tachón. No me imagino un manuscrito de un escritor del Siglo de Oro con marcas de típex, es para echarse a llorar; en cambio, si veo sus enmiendas a pluma lo siento cercano. También el boli de múltiples colores terminó por ser un invento chip, los calendarios que al moverlos cambiaban la foto y las postales con faldita flamenca de tela sobresaliendo del cartón.
A mí los inventos fallidos me chiflan. Esos marquitos para fotos digitales que colocas en el salón y que van cambiando la foto elegida casi por arte de magia, me hacen sentir que estoy en un estadio de fútbol dónde hay que aprovechar la publicidad a cada instante. En cambio una regadera me parece el colmo de la sofisticación.
No me gustan los auriculares, aunque los uso con frecuencia por aquello de no molestar; y hace tiempo que pienso que los teléfonos móviles deberían llevarse en la muñeca, como si fueran un reloj y dejar de cargar con ellos de cualquier manera. Me encantan los bolsillos y creo, aunque no fumo, que el paquete de cigarrillos es uno de los objetos mundiales con mejor medida. Los cortapuros son un insulto a la sensibilidad del puro, como el tetrabrick a la botella de cristal. Pero a lo que me refiero es que ya nadie propone buenas ideas que cambien nuestra manera de vivir.
El otro día un amigo sugirió algo con posibilidades de triunfar, una idea sencilla que se puede aplicar en el AVE. La distinción entre fumadores y no fumadores carece de sentido, porque fumar muy pronto será algo para hacer tan en privado como ir al baño. Lo que sería ideal en los vagones del AVE, es organizarlos entre habladores y no habladores. Cuando vamos a sacar el billete nos deben preguntar sencillamente: "¿Hablará por el móvil durante el viaje?". Y si dices que sí, te envían al vagón de habladores y todos tan felices. Mejoras que hacen de la vida cotidiana un placer mayor.

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