viernes, 15 de enero de 2010

EL OPTIMISMO

Los hombres y mujeres, mayores y jóvenes que se valoran, que confían en sus propias ideas y se consideran merecedores del aprecio por parte de quienes les rodean, persisten con más tesón cuando se enfrentan a problemas difíciles y tienen más probalidades de solucionarlos que quienes se infravaloran o se sienten insatisfechos con su manera de ser.
Es verdad que hay personas que a pesar de gozar de buena autoestima tienen dificultad a la hora se superar situaciones adversas. Pero, en general, las personas que se valoran favorablemente a sí mismas, tienden a recuperarse mejor de los golpes de la vida.
La autoestima mas beneficiosa es realista. Es el aprecio de uno mismo que incluye la aceptación de nuestras capacidades y limitaciones, y la habilidad para discriminar entre las cosas que podemos cambiar y las que no. Las reminiscencias del ayer o los recuerdos que forman nuestra autobiografía modelan también nuestra autoestima y la capacidad de superación.
Un pensador español que ha resaltado la importancia de nuestra memoria es Fernando Sabater. En su libro sobre la felicidad (1986) declara: "Todos somos optimistas, no por creer que vayamos a ser felices, sino por creer que lo hemos sido". Este filósofo también observa en la misma obra que la cualidad humana del coraje, o el valor para enfrentarnos a las cosas, es el único aspecto de invulnerabilidad que posee nuestra frágil naturaleza.
Hoy existe evidencia de que las personas que tienden a guardar y a evocar preferentemente los buenos recuerdos, los éxitos del ayer, las relaciones o las experiencias enriquecedoras, suelen gozar de confianza en el presente y en el futuro. Una valoración positiva de los desafíos pasados estimula la voluntad que nos empuja a conseguir los objetivos que deseamos y fomenta pensamientos alentadores como: "Yo puedo", "lo intentaré", o "tengo lo que necesito para lograrlo".
El optimismo es una característica de la personalidad que nos ayuda a aliviar los efectos de la inseguridad. Como sugiere acertadamente el antiguo y conocido axioma del poeta y filósofo asturiano Ramón de Campoamor: "En este mundo traidor, nada es verdad, ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira".
Los hombres y mujeres que enfocan las vicisitudes de la vida a través de una lente que acentúa los aspectos más favorables y minimiza los negativos, tienden a mantener una perspectiva positiva de los sucesos que les afectan. Por el contrario, quienes usan una lente pesimista tienden a notar lo negativo de las cosas y a pasar por alto lo positivo. Un optimista siempre encuentra una oportunidad en cada problema; en cambio, un pesimista siempre encuentra un problema en cada oportunidad. Aunque he oído decir que:"un pesimista, es un optimista bien informado".
Un temperamento optimista nos protege, porque refuerza la capacidad de adaptación y la resistencia a los infortunios. En general, las personas optimistas se consideran más capaces de tener un impacto sobre el entorno y experimentan menos angustia que los pesimistas ante las adversidades de la vida. La razón es que el optimismo modela positivamente nuestra percepción de nosotros mismos y de las cosas que nos rodean, facilita el análisis constructivo de las experiencias pasadas y fortifica la esperanza del mañana.
A quienes juzgan que los optimistas carecen de un sentido ecuánime o sensato de la realidad, están equivocados. Los hombres y mujeres optimistas, antes de tomar decisiones importantes, sopesan tanto los aspectos favorables como los desfavorables de las cosas, mientras que los pesimistas se limitan a enfocar únicamente los aspectos desfavorables.
Las personas extravertidas y sociables superan mejor los sentimientos de duda y fragilidad. Es obvio que los hombres y mujeres que se relacionan y se conectan más con los demás, disfrutan de mayor apoyo social. La personas comunicativas que tienden a compartir con los que les rodean sus sentimientos, experimentan más situaciones positivas en la vida que los de carácter introvertido. En definitiva, se adaptan mejor a la vida y la vida les trata mejor.
Es evidente que los seres humanos no controlamos nuestros genes, ni la familia en la que nacemos, ni la cultura en la que crecemos, ni muchas de las experiencias infantiles que, en conjunto, contribuyen al desarrollo de nuestra capacidad de adaptación. Pero también es cierto que con motivación y esfuerzo, todos podemos aprender a moldear nuestra manera de ser, con el fin de hacernos más resistentes a las circunstancias adversas que se cruzan en nuestro camino.

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