viernes, 12 de febrero de 2010

CRISIS

Todas las crisis tienen dos elementos: peligro y oportunidad. Con independencia de la peligrosidad de la situación, en el corazón de cada crisis se esconde una gran oportunidad. Abundantes beneficios esperan a quienes descubren el secreto de encontrar la oportunidad en la crisis. La palabra crisis en la caligrafía china, se escribe uniendo los símbolos de peligro y oportunidad.
Observo, cada vez que salgo a la calle a dar un paseo veo más tiendas cerradas. Algunas de ellas son tiendas de toda la vida que han sobrevivido a diversos avatares, pero esta crisis ha podido con ellas. Estas tiendas formaban parte del paisaje, algunas de ellas por sus escaparates clásicos que gustaba mirarlos con esmero.
De repente, pasas un día por la puerta y ves el escaparate vacío, el rótulo ha desaparecido de la fachada, la sorpresa y el desconcierto que causa verlo así, es estremecedor. Es una sensación de pérdida irreparable aunque nunca hayas entrado en ellas y sólo te hayas limitado a mirar el escaparate que también tiene su encanto.

También vengo observando que algunos locales de negocios recientes, abiertos desde hace un año, e incluso pocos meses, también están cerrando. Me estremece ver los rótulos en los cristales con la palabra se alquila o se traspasa; se me contagia la desilusión y la derrota que trasmite ese triste cartel pegado en el cristal.

En lo que va de año la relación de tiendas y negocios cerrados es directamente proporcional a las listas del paro, porque allí es dónde van a parar las personas que en sus negocios tenían puestas todas sus expectativas y sus esperanzas.

Entre las que conozco y que han cerrado hay: dos tiendas de complementos, una parafarmacia, una tienda de música, una estupenda tienda de vinos, una ferretería, tres de regalos, una tienda de historietas, dos de muebles, cuatro anticuarios, todos ellos en la misma calle; dos buenas panaderías, una peluquería, una tienda de puertas, una galería de arte, una sombrerería, varias tiendas de caballero, una mercería, innumerables tiendas de ropa y dos tiendas de chinos, que ya es cerrar…

Pero la que más impacto me ha causado es una librería; este si ha sido un golpe duro por lo que a mí me afecta; a la que yo iba casi todas las tardes a consultar, a ver las novedades, los libros más vendidos, los más solicitados, donde me asesoraban y me aconsejaban siempre que iba a comprar un libro.

El día que llegué a la librería y vi todo vacío y el cartel pegado en el cristal, la sensación que percibí fue de aturdimiento y seguidamente de tristeza. Yo conocía al dueño y al dependiente que era su hijo; ellos me conocían a mí, sabían mis gustos, mis preferencias y me los ofrecían nada más llegar a la librería.

He percibido una sensación que podría definirla como agresión psicológica, por la pérdida irreparable de ese lugar dónde he pasado muchas tardes disfrutando de la lectura, dónde me sentía cómoda, dónde esas personas que me conocían ya formaban parte de mi vida y que probablemente no vuelva a ver jamás. Es una sensación que te deja aturdida, como ocurre con las muertes súbitas o las desgracias inesperadas.

A esto le llamo yo, crisis. Hablamos de crisis cada día y lo hacemos con una naturalidad como si hubiéramos permanecido siempre en ella. Una cosa es hablar de crisis alegremente y otra pisar la calle y haber conocido esas tiendas una por una, recordando los rostros de los propietarios y dependientes; el desasosiego que han tenido que percibir en estos últimos meses esperanzados en que todo se arreglaría, sabiendo que de ese acto dependían el bienestar, el futuro y la familia.
Haber vivido tanta angustia diaria, la ausencia de clientes, el miedo a no poder pagar el crédito ni a los empleados, ni poder llevar el sueldo a casa, es de un desasosiego estremecedor. Morían tantos sueños depositados, tantas ilusiones deshechas de tanta gente con ideas y fuerza, que arriesgó, peleó para salir adelante y, que se ha visto arrastrada sin remedio por la tragedia económica de los últimos tiempos.

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