viernes, 26 de febrero de 2010

RECONSTRUIR

No existe, lugar ni hogar, que en algún momento no haya conocido, viento, tormenta, truenos, relámpagos, lluvia, nieve, frío y noche cerrada.
Alguno se destruyó porque se movió en exceso el suelo sobre el cuál las personas cimentamos nuestra arquitectura de vida. Otros, simplemente fueron quedando inservibles porque el hoy se fue distanciando del ayer, algo que atribuimos al paso del tiempo, que decimos que todo lo cambia.
Pienso, que no es cierto. No cambia el tiempo; lo que cambia es cómo sentimos nuestro tiempo, aquel momento en que entendemos que la mejor comida mal digerida, nos produce indigestión; que el amor no se construye sólo desde el ímpetu del dar, sino también desde el flujo del recibir.
Y, entonces, llega el momento de la suprema decisión: abandonar o reconstruir. Reconstruir requiere fe e ilusión, porque significa volver a proyectarse desde una convivencia bien distinta a la que causó la malvivencia. Habrá que pensar en menos habitaciones y rincones, espacios más diáfanos, luminosos, ventilados y abiertos. Habrá que pactar unos cimientos comunes que aguanten vendavales, nevadas y lluvias torrenciales, dándole importancia a lo esencial y desechando lo superfluo.
Y todo, habrá que hacerse desde esa humedad que sólo genera el amor, porque las lágrimas secas y resentidas son incapaces de fraguar nuevos cimientos.
Reconstruir fielmente el pasado es absurdo, porque a partir de ahora, sólo queda el futuro. Reconstruir es quedarse con lo bueno, y el resto, cambiarlo del todo, para un futuro distinto y mucho mejor.

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